Sus ojitos expresaban el temor que tenía al pensar en que su hermano podía caer en el trayecto.
Luí había sido su guardián y maestro. Le enseñó que no debía meter sus manitos en los agujeros que encontraban en la pacha, pues generalmente era la habitación de alguna araña o escorpión que podría hacerle daño al picarla. En otra oportunidad ella se alejaba curioseando los alrededores de sus tiendas y cosechas, y siempre Luí la levantaba por los aires y la llevaba de regreso, no sin antes explicarle que podía caer por los riscos, o que en ese lugar no se camina pues hay plantaciones, o que es lugar de desechos. En su vida, aprendió de Luí todo, pues siempre le enseñaba el por qué “No”.
Ya era el momento, el Sol había iluminado el asentamiento y la caravana comenzaba a moverse,
—¡Cuídate! Ayuda a mamá —le dijo su hermano.
Desde ese momento, ella sentía la obligación de estar en la seguridad de la cercanía de su madre y ayudarla con sus hermanos pequeñitos. Todo lo que Luí le había enseñado ella tenía que traspasarlo a los pequeños, sentía la responsabilidad de transmitirles lo que sabía, de los peligros y cuidados.
Igluma quería que Luí llegara pronto, ya había contado y marcado seis puestas de Sol. Luego de su partida, ella había divisado en los cerros cercanos la luz del fuego en la noche, era el descanso de la caravana. Su madre le dijo que cuando viera aquel destello otra vez o divisara humos de fuego, era porque ya venían de regreso. Luí había prometido que le traería una gran caracola marina, y con ella Igluma quería enseñar a los pequeñitos del asentamiento sobre las grandes aguas que se mueven, de la comida que posee y del sacrificio que los hombres hacían para traer esos moluscos y peces para el grupo.
Todas las noches miraba el cerro y no veía luz. Comenzó a inquietarse porque la caravana ya debería estar regresando por las montañas, ¿será que el viaje se habría complicado?, pensaba Igluma. Con su corazón preocupado por su hermano, fue con el chamán para buscar su guía en momentos de temor. El chamán le dijo:
—¿Qué tienes puchuska?
Igluma le contó sus miedos y el chamán le dijo que también sentía preocupación por la caravana. Igluma le dijo:
—Chamán ¿podemos rogar a Pachamama y los ancestros que puedan proteger y devolvernos a nuestros queridos?
El Chamán le respondió:
—La vida tiene muchos senderos que recorrer para cada uno de nosotros, podemos pedir compañía y guía de nuestra Madre y los taitas en las estrellas, pero igual que el río, la vida sigue su cauce.
Decidida, Igluma comenzó a preparar su ofrenda de barro, en ella puso todos sus deseos y temores, puso su alma en ella. Todos se reunieron para la ceremonia con sus ofrendas de arcilla, de semillas, de tejidos y piedras preciosas. En ella siguieron el son de la caja y entregaron sus ofrendas a la Pachamama, los ancestros y la Madre Luna.
Así transcurrieron los días hasta que una noche, el fuego resplandecía tenuemente en las alturas del monte, era la caravana que regresaba.
Al día siguiente llegaron todos. Igluma no podía creer lo que veía, el alivio y la felicidad inundaron de lágrimas su faz. Luí cansado, pero contento, ya estaba en casa, había traído una hermosa caracola para Igluma y varias especies. Ella abrazó a su hermano, su grupo completo se había reunido otra vez para compartir las bondades de la tierra y los mares.
Esa noche, Luí le contaba a su hermana cómo la caravana conectaba las alturas de los montes con las profundidades del mar, la caracola era una de aquellas llaves que abría en la imaginación el camino hacia los mares para los chiquitos que solo oían hablar de este y que algún día, al crecer, conocerían.
III Pizarra:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, gracias por detenerte a leer y comentar. Si eres estudiante de la Escuela Alejandro Gosorstiaga, te sugiero elegir la opción "Anónimo" y luego poner tu nombre, apellido y curso al final de tu comentario. En cuanto pueda revisarlo, aparecerá publicado.